"Gracias a Dios soy ateo", porqué somos esclavos de la religión

"Gracias a Dios soy ateo", porqué somos esclavos de la religión
Photo by James Coleman / Unsplash

Desde los albores de la civilización, la historia de la humanidad y de las religiones han estado estrechamente entrelazadas, hasta el punto de ser inseparables. En muchas culturas alrededor del mundo, la religión ha sido el medio para explicar lo desconocido, hallar un orden en el caos, y brindar un propósito y dirección a la vida.


Introducción

Más allá de su aspecto espiritual, la religión también ha servido, y continúa sirviendo, como un instrumento de control y manipulación social que, bajo una apariencia de guía moral, limita la libertad humana. Yuval Noah Harari, en su obra Sapiens, nos recuerda que fue la capacidad humana de crear ficciones colectivas y deidades lo que permitió establecer los primeros sistemas sociales complejos. Harari argumenta que no es solo el miedo o el misticismo lo que nos ha impulsado a creer en dioses, sino la necesidad de construir estructuras que mantuvieran cohesionadas a sociedades crecientes. Sin embargo, esta "invención" de lo sagrado no solo contribuyó a dar sentido a la existencia, sino que también se convirtió en una herramienta poderosa para dominar y controlar.

La religión ha construido normas, valores, costumbres y un conjunto de expectativas que se transmiten a lo largo de las generaciones, de padres a hijos, de maestros a alumnos, de líderes espirituales a seguidores. En países como México, donde la religión católica es dominante, se observa cómo la fe no se elige sino que se hereda, y cómo esto ha dado origen a un tipo particular de creyente que llamo el "católico ornamental". Estas personas no profesan una fe consciente, activa o profunda, sino que practican la religión como un hábito cultural, en el que los rituales y símbolos religiosos se vuelven parte de la identidad social sin que exista un compromiso real. En este ensayo, exploraré cómo la religión ha sido utilizada históricamente para someter a las masas, y cómo en contextos latinoamericanos como el mexicano, muchas personas creen “por si acaso”, alimentando una fe superficial que resulta ser un mecanismo de control social profundamente arraigado.

La Creación de Dioses y la Necesidad de Control Social

En su libro Sapiens, Harari explica que la historia de las religiones tiene su origen en la invención de narrativas compartidas, mitos colectivos que permiten a grandes grupos de personas colaborar y convivir en sociedades complejas. Antes del surgimiento de las religiones organizadas, la vida humana se desarrollaba en pequeñas tribus nómadas donde las creencias eran esencialmente animistas: los árboles, los ríos y los animales eran dotados de una esencia espiritual. Con el surgimiento de la agricultura, la necesidad de establecer normas y mantener la cohesión social en comunidades cada vez más grandes llevó al desarrollo de religiones politeístas y, finalmente, al monoteísmo. Estos sistemas de creencias, a medida que evolucionaron, no solo ofrecieron explicaciones para el misterio de la existencia, sino que también establecieron jerarquías y normas que facilitaban la organización y el control social.

El monoteísmo, particularmente, simplificó la estructura de poder. Con un dios único y supremo, las religiones monoteístas concentraron el poder espiritual en manos de una sola entidad divina y, en paralelo, de una élite religiosa que actuaba como intermediaria entre los hombres y ese dios. Este tipo de estructura hizo que la religión pudiera funcionar también como un sistema de control social eficiente, donde las leyes divinas no solo regulaban los comportamientos individuales, sino que también respaldaban las estructuras de poder y las jerarquías sociales. En el mundo antiguo, las religiones monoteístas y politeístas ayudaron a legitimar la autoridad de reyes, emperadores y sacerdotes, quienes eran vistos como representantes de lo divino en la Tierra.

En este contexto, la religión no solo proporcionaba un marco de valores y sentido de pertenencia, sino que limitaba la capacidad de cuestionar el orden social. Al establecer un vínculo entre lo terrenal y lo divino, la religión enseñaba que las jerarquías y las diferencias sociales eran parte de un plan superior. Así, los pueblos aprendían a aceptar su situación como voluntad de los dioses o de Dios, como se vería luego en el cristianismo. Este sistema de control fue tan eficaz que, a lo largo de los siglos, la religión se consolidó como una institución que orientaba la vida de los pueblos, moldeando tanto la cultura como la política y la economía.

La Religión en México: Una Herencia Cultural y un Adoctrinamiento de Generaciones

En México, la llegada del catolicismo no fue el resultado de una conversión voluntaria ni de una elección individual. Con la conquista española, el catolicismo fue impuesto a la fuerza, sustituyendo las religiones y creencias autóctonas y sometiendo a la población indígena a una nueva fe que le era ajena. A través de la violencia y de la coerción, los misioneros lograron imponer el catolicismo como la única religión legítima, destruyendo o apropiándose de templos, dioses y prácticas espirituales ancestrales. Este proceso fue un acto de colonización espiritual que, con el tiempo, dio origen a un sincretismo entre la fe católica y las creencias indígenas, generando una forma particular de religiosidad que hoy en día caracteriza al catolicismo mexicano.

Sin embargo, este catolicismo no es fruto de una fe auténtica, sino de una imposición histórica que se ha transmitido de generación en generación como una tradición cultural. Michel Onfray, en su Tratado de Ateología, describe a estos creyentes como personas que se identifican con la religión católica pero que, en realidad, no la practican ni la cuestionan en profundidad. Son aquellos que bautizan a sus hijos, celebran las festividades religiosas y asisten a la iglesia en ocasiones especiales, pero cuyo conocimiento de la fe es superficial y cuya práctica es meramente simbólica. Este fenómeno, que es común en México, representa una fe heredada y ritualizada que se ha vaciado de contenido, una religión que se practica más como un elemento de identidad social que como una verdadera convicción espiritual.

Según Onfray, este tipo de religiosidad superficial es en realidad una forma de decadencia de la religión. En lugar de ser una fuerza transformadora, el catolicismo en México se ha convertido en un conjunto de costumbres y tradiciones que se siguen sin cuestionamiento. Esta fe vacía de contenido permite que la religión siga teniendo un impacto en la sociedad, no porque las personas crean sinceramente, sino porque la religión se ha vuelto un hábito que nadie se atreve a romper. Al seguir practicando una religión de manera mecánica, las personas perpetúan un sistema que, en lugar de emanciparlas, las mantiene sometidas a una serie de normas y expectativas que no han elegido conscientemente.

La Religión como Herramienta de Control: El Ejemplo de Noam Chomsky

Más allá de una simple creencia, la religión es también un sistema de control social que ha sido perfeccionado a lo largo de los siglos para garantizar la obediencia y la sumisión. Noam Chomsky, en Razones para la anarquía, sostiene que las instituciones religiosas operan como sistemas de adoctrinamiento que buscan moldear el pensamiento y el comportamiento de las personas desde edades tempranas. A diferencia de una teoría conspirativa, en la que el control es explícito y consciente, el poder de la religión radica en su capacidad para actuar de manera silenciosa y eficiente. Las personas aceptan las enseñanzas religiosas porque estas han sido normalizadas en su cultura y transmitidas de generación en generación como verdades incuestionables.

En México, la religión católica ha sido particularmente eficaz como un mecanismo de control social debido a su integración en la estructura social y cultural del país. En un contexto de desigualdad y pobreza, el mensaje cristiano de aceptar el sufrimiento en esta vida a cambio de una recompensa en la otra refuerza la idea de que las dificultades y las carencias son una parte necesaria de la existencia humana, algo que se debe soportar con paciencia y resignación. En lugar de cuestionar el sistema que perpetúa la pobreza y la desigualdad, muchas personas encuentran en la religión un consuelo que les permite sobrellevar su situación. Como señala el Evangelio, “Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”. Este mensaje, aunque aparentemente positivo, en realidad refuerza el status quo y limita la posibilidad de cuestionar la injusticia social.

La religión, entonces, no solo limita la libertad individual, sino que también actúa como un freno para el cambio social. Al enseñar a las personas a aceptar su destino como parte de un plan divino, la religión desincentiva la acción colectiva y la búsqueda de soluciones para problemas sociales y económicos. La religión, en este sentido, se convierte en un mecanismo de control que asegura la estabilidad social al mantener a las personas en un estado de resignación. Este control es tan efectivo que muchas personas no se percatan de su sumisión, y aceptan las enseñanzas religiosas como parte de la realidad, sin cuestionar su origen o sus implicaciones.

El Miedo como Motor de la Fe: La "Apuesta de Pascal" y la Creencia "Por si acaso"

Uno de los aspectos más interesantes de la fe religiosa es la creencia basada en el miedo. Blaise Pascal, en su famosa "Apuesta de Pascal", argumentaba que es racional creer en Dios “por si acaso”. Según Pascal, si Dios existe, el creyente gana el paraíso; si no existe, no pierde nada. Este razonamiento pragmático ha influido profundamente en la manera en que muchas personas perciben la religión, particularmente en sociedades donde la religión se transmite de manera obligatoria. En México, este tipo de creencia se manifiesta en una actitud de “por si acaso” que refleja una falta de convicción genuina y una fe motivada por el temor a la condenación.

La idea de creer en Dios "por si acaso" crea una fe superficial, una relación con lo divino que no está basada en la búsqueda de lo espiritual, sino en el miedo a las consecuencias de no creer. En lugar de explorar su espiritualidad y de desarrollar una relación auténtica con sus creencias, muchas personas eligen simplemente "creer" como una medida de precaución. Esta actitud limita la libertad de pensamiento y fomenta una visión de la religión como un seguro espiritual, una especie de contrato con lo divino que se sigue "por si las dudas". De esta manera, la religión no solo funciona como una herramienta de control, sino que también evita que las personas cuestionen o desafíen el sistema, manteniéndolas en un estado de sumisión y obediencia.

En México, esta creencia “por si acaso” es particularmente común debido a la forma en que la religión católica ha sido integrada en la cultura. La fe no se transmite como una elección, sino como una obligación. Muchas personas no se sienten libres de cuestionar la religión porque temen las consecuencias espirituales de hacerlo. La religión, en este sentido, se convierte en una forma de autocensura, una barrera mental que limita la capacidad de cuestionar y de buscar otras formas de pensar. Al creer "por si acaso", las personas se convierten en esclavas de su propia fe, atrapadas en un sistema de creencias que no han elegido y que no están dispuestas a abandonar.

La Religión como Terapia en un Mundo Caótico: La Función de Consuelo

A pesar de su rol como mecanismo de control, la religión también cumple una función terapéutica en sociedades marcadas por el caos y la incertidumbre. En México, donde la violencia, la pobreza y la desigualdad son parte de la vida cotidiana, la religión ofrece una fuente de consuelo y esperanza que ayuda a las personas a sobrellevar sus dificultades. Para muchas personas, la fe es una manera de encontrar sentido en medio de la adversidad, de creer que su sufrimiento tiene un propósito y que, al final, recibirán una recompensa.

La religión proporciona una estructura de sentido que permite a las personas enfrentar los desafíos de la vida con resiliencia. Al ofrecer respuestas a preguntas como “¿por qué sufrimos?” o “¿qué hay después de la muerte?”, la religión reduce la ansiedad existencial y ofrece una sensación de seguridad. Sin embargo, este consuelo tiene un costo. Al ofrecer una explicación espiritual para los problemas de la vida, la religión puede desviar la atención de las causas estructurales de estos problemas y desincentivar la búsqueda de soluciones reales. En lugar de motivar a las personas a luchar por una sociedad más justa, la religión las lleva a aceptar su situación como parte de un plan divino, una prueba de fe que deben superar para alcanzar la recompensa en el más allá.

Esta función terapéutica de la religión refuerza el ciclo de sumisión y control. Las personas encuentran en la religión un consuelo que, aunque parece liberador, en realidad perpetúa su sumisión. Al ofrecer una salida espiritual para el sufrimiento, la religión actúa como una especie de analgésico que adormece la conciencia crítica y evita que las personas cuestionen el sistema. La religión, en este sentido, no solo es un sistema de control, sino una herramienta de opresión que desactiva el potencial de cambio y de transformación social.

El Despertar de la Conciencia Colectiva: Un Camino hacia la Emancipación

Si bien la religión ha sido históricamente una herramienta de control, también es posible imaginar un futuro en el que las personas se liberen de estas estructuras y encuentren un sentido de vida en la conciencia colectiva y la solidaridad. En América Latina, donde la religión ha sido utilizada para justificar la desigualdad y la injusticia, el despertar de una conciencia colectiva puede ser la clave para construir una sociedad más justa y equitativa. En lugar de aferrarse a creencias que perpetúan el status quo, los latinoamericanos pueden construir un sistema de valores basado en la cooperación, el respeto mutuo y la búsqueda del bien común.

El despertar de una conciencia colectiva implica reconocer que las estructuras de poder y las jerarquías no son inevitables, sino que han sido construidas y perpetuadas por intereses específicos. Al cuestionar la religión y liberarse de su control, las personas pueden empezar a ver el mundo desde una perspectiva crítica, entendiendo que el verdadero sentido de la vida no se encuentra en el sometimiento a una deidad, sino en la capacidad de construir un mundo más justo y solidario. La religión, al perder su poder como instrumento de control, abriría el camino para una sociedad en la que las personas no tengan que creer "por si acaso", sino que puedan encontrar su propio camino en un mundo compartido.

Gracias a Dios, soy ateo

El dicho "Gracias a Dios, soy ateo", expresa la paradoja de vivir en una sociedad donde la religión lo impregna todo, pero donde el verdadero sentido de lo sagrado ha sido vaciado y utilizado como instrumento de control. A lo largo de la historia, la religión ha proporcionado consuelo y estructura, pero también ha limitado la libertad y la capacidad de cuestionar. Ser ateo no significa rechazar lo espiritual, sino liberar la mente de las ataduras impuestas por la fe heredada y culturalmente obligada.

En una sociedad donde la libertad y el cuestionamiento son posibles, el ateísmo se convierte en una forma de emancipación, en una manera de construir un sentido de vida auténtico, basado en la razón, la crítica y el compromiso con el bienestar común. Al liberarnos del yugo de la religión, no negamos la espiritualidad, sino que la recuperamos como una experiencia auténtica, una búsqueda de sentido que no necesita de dogmas ni de miedo. En este camino, el ateísmo se convierte en una afirmación de la libertad y en un rechazo al sometimiento, una invitación a construir un mundo donde cada individuo sea dueño de su propio destino y donde la justicia y la solidaridad sean los valores que guíen nuestra convivencia.

Este ensayo aspira a demostrar que, al liberarnos de la fe impuesta y de los dogmas que nos limitan, podemos construir una sociedad más libre, donde cada persona tenga la capacidad de encontrar su propio sentido de vida en un mundo compartido. La verdadera libertad no está en la sumisión a una deidad, sino en la capacidad de cuestionar y de crear, de construir juntos un futuro más justo y más humano.